Puedes hablarte bonito o feo.
Elige.
El diálogo interno te acompaña allá dónde estés.
Es capaz de elevarte a lo más alto, hacer que creas que eres lo máximo, capaz de cualquier cosa. Y de todo lo contrario, hundirte a los bajos fondos.
Es como una espiral absorvente hacia arriba o abajo, en movimiento y creando cada vez más y más energía. Cuesta pararla.
Todos hemos sentido terror con pensamientos que nos hacen creer que tendremos una experiencia horrible, diálogos imaginarios y situaciones ficticias. Nuestro cuerpo las vive como si fuesen reales, las emociones y sentimientos generados tienen efecto en nuestro campo magnético y química corporal. Y cualquier experiencia en la vida real que evoque esos pensamientos es como un llamado a la subida del cortisol y el estrés. Y así vives reaccionando.
Aprender a parar ese dominó es de vital necesidad para poder vivir en el momento presente y no en lo que nuestra mente proyecta a futuro o anhela del pasado.
El objeto de la meditación no es llegar a mantener la mente en blanco, lo creo utópico.
Se trata de observarse. Permitir a los pensamientos tener un espacio y dejarles que se aparten. Como si en una gran casa todos se fueran a dormir a sus habitaciones dejando lugar al orden. Permitiendo, entonces, que cada uno salga a expresarse sin condicionantes.
Me lo imagino como una gran familia en la que todos hablan a la vez y el caos reina en el ambiente, nadie es escuchado por completo y por tanto reconocido tal cuál es. Pero si cada uno tiene un rato para salir y mostrarse, el que atiende a las peticiones puede conocer mejor a cada uno de los componentes.
Y como imaginarás, el que mira y observa, como una gran madre amorosa, eres tu.
Explico a menudo que hay un triple filtro al que apelar cuando dialoguemos y cuando uno lo pone en marcha funciona bien. Se trata de preguntarse si lo que estoy pensando o voy a decir es amable, verdad (de la verdadera) o necesario.
Se carga la mayoría de los diálogos internos y cede espacio a la calma. Qué decir de los diálogos con los otros. No es garantía de que el otro lo reciba con amor y buena escucha, pero al menos lo has intentado.
Cuando te regalas tiempo y espacio para meditar, aunque sea 3 minutos al día, aprendes a observarte, cuestionarte y dejas de ser víctima del Mundo para comenzar a hacerte responsable de ti mismo.
No te des la espalda, abre tu corazón y párate a escuchar ese diálogo interno.
Si crees que es perder el tiempo si te mantienes inmóvil es que necesitas aún más de esta receta milenaria.
Te recuerdo que morirás igualmente y el planeta seguirá girando.
Estaría guay que la huella que dejas a diario sea nutritiva.
Disfruta.
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