No explicaré fumadas sobre cómo unió mi cuerpo y espíritu de tal manera, que todos los seres del planeta me parecen fruto del Amor, no. No va de eso, ni es verdad. Quizás llegue un día que mis capacidades contemplativas me eleven a lo más alto y vea la vida desde las nubes con rayos de colores, pero no lo busco ni lo pretendo.
Practicar yoga me ha ayudado a escuchar a mi cuerpo y a la voz parlanchina de mi cabeza. Tiene mucho que ver la rama de yoga que decidí para formarme como profesora: Kundalini Yoga.
A pesar de ser una persona deportista, flexible y fuerte, en Kundalini Yoga la mayoría de las asanas son en movimiento. Se busca movilizar energía y fluidos, no una postura estática y «perfecta» en su ejecución. Así que me olvidé de la exigencia y, por tanto, de la frustración, centrándome en la resistencia y en calmar la voz interior.
… Y ¿cómo? te preguntarás…
En Kundalini Yoga se usan los mantras para ocupar espacio y limpiar subconsciente con su vibración, no necesariamente son hablados.
Bien, hay un mantra «Sat Nam» que significa «mi verdadera identidad». Siempre explico en clase que ayuda a focalizarte en quien tú eres en esencia, sin límites ni creencias. Y que si inhalas vibrando en Sat y exhalas en Nam, mantienes ocupada la mente y se te pasa el tiempo en la postura sin estar pensando en si me molesta, me pica la nariz, cuánto rato llevo en esta postura, si tengo que comprar naranjas o llamar al cole del niño.
Da igual si crees en lo que el mantra hace, la cuestión es que funciona. Aprendes a calmar ese diálogo incesante y solo te concentras en la respiración. Creas un hábito nuevo que es escuchar y accionar la respiración. Y, más allá de todos los beneficios fisiológicos que eso conlleva, aprendes a usar esas capacidades ante cualquier situación complicada o en la que la mente se dispara de forma neurótica.
Me he encontrado a mí misma observando cómo estoy a punto de dispararme ante una causa injusta o insoportable y esa misma voz que estaba mandando órdenes y pensamientos en cadena que me aceleraban más, decirme: «PARA Y RESPIRA». De forma automática, inhalar pensando en «Sat» y exhalar pensando en «Nam». Dos respiraciones después ya estaba sosegando la mente y funcionando de forma eficaz para solventar el problema o decidir callarme para no complicar más la situación.
Concentrarme en Sat Nam me ha ayudado a entrenar cuando no podía continuar, a terminar carreras, a no ahogarme en el mar en mi primera travesía con un oleaje de narices; me ha ayudado a calmarme cuando llevaba a mi hijo pequeño al hospital sangrando tras haber atravesado una puerta de cristal, a no pegar un grito de rabia a alguien que estaba pasándose de la raya, pero era un superior. También me ha ayudado a entrar en una reunión y comerme el mundo llegando a acuerdos, a abrazarme en momento de desolación y a parar una euforia desmesurada que podía haber sido nociva.
Yo, una persona hiperactiva que necesita el movimiento a diario, con una mente voraz y resolutiva, orientada al resultado, y con una capacidad de adaptación brutal, duermo de coña y en menos de un minuto todas las noches… Y es porque he enseñado a la mente a callarse cuando toca, a veces se resiste y me cuesta. Antes de hacer yoga y meditar todas las mañanas, era impensable silenciarla.
Ahora disfruto de una tarde de sofá viendo una peli; antes miraba el fútbol, plancha en mano. Ahora es más fácil lidiar con los problemas adolescentes… Recuerdo, en el pasado, ponerme morada gritando a los niños, desesperada, y lo muy culpable que me sentía 30 minutos más tarde.
Es por todo esto que el Yoga me ha cambiado la vida y a mejor, por supuesto.
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