Cuando escribo, éste y cada post, estoy reflexionando y plasmándolo en papel.

Pongo orden a ideas, observo mis propias creencias, comparto sensaciones y experiencias que son reflejo de mis vivencias.

Busco la palabra que más lo representa y dejo que una tras otra cuente una historia, la mía.

Y resulta que compartirla facilita, en ocasiones, que quién la lea se sienta identificado, contrariado, encuentre respuestas o una mirada diferente que le suponga una ayuda para algo.

En las sesiones de entrenamiento personal, cuando atiendo a las necesidades particulares de mis alumnos, tengo la oportunidad de poner mis conocimientos y experiencia a su servicio. Pero lo que más me motiva es aprender aquello que me ponen delante y aún no sé. Que tengo que investigar, estudiar y aprender.  Desarrollar nuevos métodos, utilizar más herramientas que les acercan al bienestar físico, mental y emocional.

Así que, de nuevo, lo que es bueno para ellos lo es para mi. Y a la inversa.

Lo mismo ocurre en sesión de coaching. Escuchar es el mayor maestro que conozco.

Aportar la posibilidad de nuevas miradas abre la mente en todos los sentidos. Y es bidireccional.

¿Qué quiero contaros con esto hoy?

Estoy certificando que, en mi caso, siempre que me desarrollo y comporto fiel a mi misma, a lo que me motiva, mueve, llena y amo. No sólo me siento bien y agradecida;  sino que las personas de las que me rodeo, trabajo y convivo también se benefician de ello. Se trata de un bien compartido.

De hecho, si miro atrás, los momento más oscuros que recuerdo eran aquellos en los que no era demasiado consciente de quién era, qué quería y mis heridas no permitían quererme lo suficiente para desarrollarme ni personal ni colectivamente.

¿Te hace pensar esta reflexión?

Ojalá la respuesta sea afirmativa.

Te deseo, para los últimos 4 meses del año, que conectes con lo que valoras y seas fiel a ello. Pongas límites y ordenes. Y te dirijas hacia aquello que ya sabes que te hace y hace bien. Llevemos, entre todos, a que nuestra sociedad sea mejor.